miércoles, 2 de marzo de 2011

Me gustan los alemanes.

Los coches alemanes, el futbol alemán, la música, el strudel de manzana, la historia, las ciudades, los deportistas...

Por alguna extraña razón, desde mi niñez desarrollé un gusto especial por Alemania y todo lo que de ahí viene. No hablo alemán, ni he guardado mayor relación con las cosas alemanas, pero me gustan. ¿Raro? Tal vez.
Quienes creen que vivimos más de una vez (yo no estoy muy segura, ya lo platicaremos otro día), me dirían que probablemente yo fui alemana en una vida anterior, cosa que me parecería muy interesante conocer, pues lo único alemán que tengo es un lejano antepasado de apellido Kathol.

Yo creo que más bien aprendí a amar algunas de las cualidades que tiene este pueblo, como el haberse levantado después de perder dos guerras mundiales, la eficiencia y laboriosidad, el sentido de responsabilidad, de pertenencia a un país que te necesita, el trabajo, el deber ser y el hacer las cosas bien. 
Esto del deber ser y hacer las cosas bien es algo que tengo grabado a fuego en mí, no sé qué tanto porque así soy, o porque así me enseñaron, pero admiro las cosas que funcionan, que fluyen, me desespero horriblemente cuando las cosas no salen como deben ser según yo.

He tenido la suerte de estar en Alemania dos veces. La primera sólo conocí Munich (München), pero me enamoré de esa ciudad y de su Marienplatz, de su estilo, del mercado al aire libre, de los muñequitos que salen a cantar en el reloj de la plaza, del ambiente en las cervecerías...
La segunda vez, visité Berlin, varios años después de la caída del muro, y además de fascinarme el Check Point Charlie y las historias de los que trataban de escapar de la Alemania del Este, me impresionó la recuperación que se veía en la ciudad, por todo el horizonte veías grúas, construcciones, reconstrucciones, todo en marcha.
Haber estado en la puerta de Brandenburgo e imaginar cómo fue la caída del muro, el primer contacto entre los alemanes de uno y otro lado del mismo, la fiesta del reencuentro, la extrañeza de ver cuan diferentes eran esos compatriotas que no lo habían sido por tanto tiempo, me hizo pensar mucho y me conmovió.

Después, con mi hermana, fuimos a visitar a unos amigos alemanes que conocí en Montreal, más al sur hacia Baviera y camino a Francia. Conocimos Heidelberg y sus alrededores, fuimos a una feria en un pueblito, probamos el vino local, y en general lo pasamos muy bien, fueron grandes anfitriones, gracias Dirk y Thomas.

Cualquier país que destaca en el deporte es de admirar, o de desear desde mi punto de vista. Si un país tiene buenos deportistas, habla de disciplina, de pasión, de apoyo, de trabajo duro, no sólo de los que hacen el deporte, también de sus familias que los apoyaron desde niños, de las instituciones, de los funcionarios, de las facilidades y apoyos que se dan a quienes destaquen, de las ganas de triunfo compartidas, y esto refleja el grado de desarrollo de un país. Desde que el hombre empezó a desarrollarse, pudo dedicar tiempo al ocio y al juego cuando sus necesidades básicas estaban cubiertas, y creo que esto mismo se ve en el deporte y en la manera en que un pueblo se acerca a él. Si una persona tiene facultades para un deporte, se detecta a tiempo, se le apoya y se ve por ella, por su éxito, se le da continuidad, ¡tiene todo para destacar! Pero si esta persona tiene que sacar adelante una familia, pelearse con los funcionarios, rogar que se le apoye, mendigar patrocinios, y en medio de todo esto, encontrar tiempo para entrenar, no puede llegar muy lejos por más que tenga talento y quiera hacerlo.
Desde el mundial de México 86 me declaré fan de Alemania en el fut, no sólo por guapos, sino por las jugadas que podías ver claras, ordenadas, eficientes. Luego he seguido siendo fan de Alemania en todos los mundiales y olimpiadas, me encanta que siempre hay alemanes entre los buenos en todos los deportes que me gusta ver: gimnasia, patinaje, natación, atletismo, olimpiadas de invierno, futbol, automovilismo (excepción: nunca le he ido a Schumacher), lo que sea.

Como siempre pasa, hay estereotipos que se van quedando en la mente colectiva, pero los alemanes, al menos los que yo he conocido, ¡No son fríos! Habrá de todo como en todas partes, pero en mi experiencia, los alemanes son amables, atentos, buenos amigos, y muy cariñosos.

Cierto, han surgido grandes movimientos destructivos en Alemania, empezando por el nazismo y ahora el neo-nazismo, pero cada país tiene su historia y sus cosas buenas y malas. Yo no quiero con esto convencer a nadie de nada, simplemente les comparto este gusto por lo alemán que salió no sé de donde.

2 comentarios:

  1. BIEN TERE! SALUDOS! SEPU

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  2. Primita, que lindo que ahora nos deleitas, con tus palabras, en hora buena por tu blog, deberías de presumirlo más, está lleno de sabiduría claro no se podía esperar menos de ti. Te mando un besotee y gracias por las buenas letras. Te adora tu primo el Sexy y Barrigón.

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